
Saluda de Don Federico Mayor Zaragoza
La democracia requiere participación. La sociedad civil no sólo debe ser contada – ya es importante – en los comicios sino que debe contar en las decisiones que se adoptan por los gobernantes. Debe ser tenida en cuenta, escuchada, porque en esto consiste la gobernación democrática.
Para participar se requiere una población educada y motivada. Educación que no es sólo aprender a conocer y a hacer, sino aprender a ser, “a dirigir la propia vida”. Y ello requiere elaborar las propias respuestas y saber argüir en su favor. Lo que, a su vez, precisa tiempo para la reflexión, para pensar, imaginar, innovar… facultades distintivas de la especie humana, que la excluyen del determinismo que caracteriza el comportamiento de todos los demás seres vivos. La misión fundamental de los educadores es contribuir al pleno ejercicio de esta capacidad que caracteriza a la humanidad: la de saber que sabe, la de poder anticiparse, la de inventar. Cada ser humano único, capaz de crear, nuestra esperanza.
Con la colaboración de todos, de la sociedad entera, con los progenitores como protagonistas, el proceso educativo debe consistir, por tanto, en generar actitudes y conductas inspiradas en los valores intransitorios, tan lúcidamente establecidos en la Constitución de la UNESCO (1945) – justicia, libertad, igualdad y solidaridad – y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), cuyo artículo primero dice así: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Como establece “La Carta de la Tierra”, “Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras”.
“Libre y responsable”: así es como define magistralmente a los educados la Constitución de la Unesco. La responsabilidad social se basa en creer de verdad que “todos los seres humanos son iguales en dignidad”.
No podemos ser espectadores impasibles, indiferentes, simples receptores de información, sino actores que orientan su vida cotidiana según los principios universales que ponen en sus manos las riendas del destino, y no por los “valores del mercado”. Es necesario tener tiempo para la reflexión – la “reapropiación del tiempo”, en palabras de María Novo – para no actuar al dictado de nadie, a veces de lejanísimas instancias de poder mediático, sino en virtud de la propia conciencia.
En 1992, siendo Director General de la UNESCO, encomendé al Presidente de la Comisión Europea a la sazón, Jacques Delors, la presidencia de una Comisión Mundial de pedagogos, docentes de los distintos grados, filósofos, sociólogos, etc. para elaborar un “Informe sobre la Educación en el Siglo XXI”. En resumen, se proponen cuatro grandes pilares de la educación: aprender a ser
aprender a conocer
aprender a hacer
aprender a vivir juntos.
Con-vivir, com-partir, des-vivirse. Reconocer y respetar la identidad cultural de los demás. La diversidad infinita es nuestra gran riqueza. Vivir unidos alrededor de grandes referencias éticas es nuestra fuerza. Y así, “dirigiendo cada uno la propia vida” lograremos en pocos años la transición desde una cultura de imposición, violencia y guerra, a una cultura de conversación, conciliación y paz. Todo consiste, en último término, en cambiar la fuerza por la palabra.
A estos aprendizajes esenciales añadí aprender a emprender, porque por propia experiencia sabía que tan importante como atreverse a saber (“Sapere aude”) es saber atreverse. Me gusta repetir que el riesgo sin conocimiento es peligroso pero el conocimiento sin riesgo es inútil.
La educación no es capacitación. La educación es fomentar la creatividad, es “ver lo que otros también ven y pensar lo que nadie ha pensado”, es saber observar, es saber indagar, es saber des-cubrir, es saber describir, saber escribir…
Responsabilidad social corporativa para hacer frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo y llevar a cabo, sin demora, la puesta en práctica de los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Tener presente cómo vive la gente y en qué medio vive la gente. La gente, “ojos del Universo”, prioridad suprema.
Estamos viviendo momentos fascinantes porque ahora, por primera vez en la historia, es posible conocer el mundo en su conjunto. Desde el origen de los tiempos los seres humanos han estado confinados territorial e intelectualmente en espacios muy reducidos. Nacían, vivían y morían en unos escasos kilómetros cuadrados. Moradores de la tierra invisibles, anónimos, atemorizados, espectadores impasibles… sometidos al poder absoluto masculino…
Desde hace tan solo unas décadas, la humanidad emancipada. Posee conciencia global, la mujer se halla progresivamente en el estrado, los medios de comunicación permiten que sean miles de millones las personas que pueden manifestar sus puntos de vista. El tiempo del silencio ha concluido.
Ahora, de pronto, ciudadanía mundial; ahora, se puede comparar: apreciar mejor lo que se tiene y conocer las precariedades ajenas.
Pero lo más relevante, bajo todos los puntos de vista, como elemento esencial y piedra angular de los cambios radicales que se avecinan, la “ciudadanía plena” de la mujer, que interviene con las cualidades que son inherentes a su condición y no de forma mimética con el “estilo varonil”, al que lógicamente imitaba puesto que no había otra referencia ni antecedente.
Es apremiante transformar la actual economía de especulación, deslocalización productiva y guerra en una economía basada en el conocimiento para un desarrollo global humano: reducir drásticamente la producción de armamentos y las iniciativas espaciales, para invertir en infraestructuras que aseguren el acceso de todos los habitantes de la tierra al agua potable, a una vivienda digna, a unas fuentes energéticas renovables. Constituye una auténtica vergüenza colectiva que hoy el mundo gaste 3,000 millones de dólares al día en armas y gastos militares cuando mueren de hambre más de 30,000 personas diariamente, en un genocidio de desamparo e insolidaridad.
Debemos adoptar permanentemente la actitud de vigías, de avizorar para alertar a tiempo, para prevenir en toda la medida de lo posible los acontecimientos luctuosos, los que más negativamente afectan la dignidad humana. Esta capacidad prospectiva constituye, en mi opinión, una de las grandes funciones que hoy, en los albores de siglo y de milenio, deben cumplir los centros de enseñanza superior y de investigación científica.
Aunque les cueste reconocerlo quienes se hallan aferrados a sus privilegios y son incapaces de vencer la inercia -el gran enemigo del progreso- nos hallamos en el inicio de una nueva era. En pocos años hemos pasado de un contexto prioritariamente natural, a uno artificial y, recientemente, al digital. Es en cada uno de ellos donde debemos ahora situar los iluminados caminos del mañana. Porque, en la armonía de los tres, cada persona podrá, al fin, vivir dignamente. Contamos ya con la mayoría de los diagnósticos correctamente realizados. Los tratamientos, muchos de los cuales ya conocemos, no deben aplazarse. Es una cuestión de voluntad política. De conciencia planetaria. De presión popular. El pasado ya está escrito. El futuro, no. Las generaciones que llegan a un paso de la nuestra no pueden hallar la casa común “desvencijada y fría”.
Es tiempo de acción. Tiempo de fortalecer el Sistema de las Naciones Unidas tal como lo soñara el Presidente Roosevelt. Las Naciones Unidas que confían, precisamente, a la sociedad civil “evitar a nuestros descendientes el horror de la guerra”, porque la Carta se inicia así: “Nosotros, los pueblos…”. La sociedad civil ya puede hacerse oír y escuchar.
Para estas urgentes intervenciones en el curso de los acontecimientos, es necesario pasar de súbditos resignados a ciudadanos proactivos. Es necesario vencer la inercia, que constituye el gran obstáculo para que la humanidad, consciente de su destino común, actúe sin demora. El sector privado y el mecenazgo tienen un papel angular en esta movilización moralmente exigible si queremos entregar a las generaciones venideras el legado que, acorde con la dignidad humana, les debemos.
El por-venir está por-hacer.
Federico Mayor Zaragoza.
Federico Mayor Zaragoza
Subsecretario de Educación y Ciencia del Gobierno español (1974-75), Diputado al Parlamento Español (1977-78), Consejero del Presidente del Gobierno (1977-78), Ministro de Educación y Ciencia (1981-82) y Diputado al Parlamento Europeo (1987), Director General Adjunto de la UNESCO (1978), Director General de la UNESCO (1987-1999). Fundador y presidnete de la Fundación Para una Cultura de Paz (desde 2000). Co-Presidente del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones – ONU, (2005). Presidente de “Initiative for Science in Europe” (ISE) (2007).